sábado, 15 de agosto de 2009

Primer amor. Lenguaje preverbal.

Los signos —ansiedad sin motivo, el celo de la “amiga”, el tiempo como una pegajosa sustancia morosa e irritante, miradas como imanes— sólo serían inteligibles con el tiempo; por entonces, todo apuntaba a una amistad “singular”.

Moni y yo, compañeras de estudios universitarios, compartíamos cada vez más tiempo juntas. La mañana, la tarde —y con el tiempo, las noches— empezaron a encontrarnos... charlando animadamente, jugando, comiendo, riendo, estudiando/nos.

Que yo la extrañara inventando nuevas dimensiones para esa emoción, que nuestras respectivas amigas comenzaran a murmurar o que ella eligiera quedarse conmigo, mintiéndole por teléfono a su novio, sólo tuvo explicación una noche de verano —hace más de veinte años—: volvíamos tarde de la última clase, Derecho, recorriendo —inusualmente calladas y pensativas, los ojos tallando el asfalto— las calles desiertas que nos llevaban al departamento que yo compartía con otras cinco chicas (todas de Cutral-Có, estudiando en la Capital). En la puerta de entrada común de un edificio de departamentos nos detuvimos para despedirnos; la charla costaba, como nunca antes, y una cierta energía comenzó a envolvernos, fragante y delicada: no recuerdo cómo terminamos besándonos, las lenguas de pronto estrenando otro lenguaje, desesperado, carnal, preverbal, forjado en deseo inconsciente durante meses. Luego, hubo apenas palabras, todo pertenecía al reino de la sensualidad, del puro instante.

Fueron unos pocos meses, donde del estupor pasamos al desorden de las sábanas, del lino a los planes, de los planes al miedo y a la intriga, y de allí a la distancia.

Pero no hay peros en la historia amorosa, sólo un largo, obtuso interrogante.

Macky Fugitiva. http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-108-2008-05-30.html

viernes, 14 de agosto de 2009

Declaración preverbal de amor

Percibí inmediatamente que estábamos enamorados…No…Percibí inmediatamente que podríamos dejar que surgiera el amor. Me disponía a salir de la librería cuando me vi atrapado por su mirada. Es cierto, atrapado, casi poseído. Ella se había apoderado de mí y yo quede arrebatado. Ella estaba sentada en medio de un grupo de turistas que hojeaban unos libros de arte. Me miro mientras salía en un instante, comprendí que yo era un acontecimiento para ella. Era hermosa, y su dulce belleza penetraba profundamente en mí. Nos comprendíamos. Entonces, rodee su mirada con la mía. Era suave e intensa al mismo tiempo. Cruzábamos las espadas de nuestras tiernas miradas con un placer sagrado, religioso, un placer cercano a la angustia. Moví la cabeza para decir: “Hola” –se me escapo-. Tenía ya la impresión de unirme a ella, un poco, aunque no demasiado. Pero la intensidad emocional que experimentaba gracias a esa minúscula palabra constituía un gran acontecimiento. Ella exhalo un murmullo que debía significar: “Hola”. Estaba seria, y pude oír que su respiración palpitaba. El grupo de sus amigos indico que había llegado la hora de marcharse. Ella desvío la mirada, y después volvió a dirigirla a mí, con tristeza, mientras se alejaba. Así termino nuestra historia de amor.

Boris Cyrulnik. El amor que nos cura. Barcelona: Gedisa, 2005.