Mientras ansioso la esperaba comía un dulcísimo Sandae en Mc Donalds, empalagoso ciertamente, y también estudiaba inglés. Frente a mí había una anciana, también sola. Quizá intuyó que hacía allí, de mi encuentro furtivo y al irse me entregó un pequeño díptico llamado “El Plan de Dios. Para ti”: “El (sic) os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera e los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros en otro tiempo, andando en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”.
Nada es casualidad, pensé. Media hora después, luego de haberme cansado de esperarla, llegó con el simulacro: las sirenas enloquecidas, la gente salía atiborrada de los establecimientos, aglomeraciones ensayando lo que se debía de hacerse en un desastre. Todo parecía extraño. Lo digo una vez más, ella llegaría con el simulacro. Minutos antes había decididó irme, la había esperado más allá de lo tolerable. Le escribí un mensaje y respondió diciendo que ya estaba cerca. Luego la escucharía diciendo: “por favor, no te vayas”…
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